miércoles, 17 de febrero de 2010

Capitulo I Gaia II

CAPÍTULO I
Madrid, 25 de mayo. 1823
No importa si tienes éxito o si fracasas. No importa si llegas a la meta o simplemente te quedas a las puertas. Lo importante no es la meta, es el camino...
Durante toda su vida la fuerza motriz que había desperezado su ya cansada imaginación había sido la voluntad. Pero eso sólo era el combustible, el alimento que hacía que su cuerpo y su mente no se doblegaran ante el fracaso, esa fuerza invisible que le hacía levantarse cada mañana y mirar a los ojos la derrota, y apartándola de un golpe, enfrentarse a sus sueños.
Cada vez que se quedaba frente a frente con un lienzo en blanco lo estudiaba, incluso se diría que hablaba con él.
¿Tú qué quieres ser? -le preguntaba-. Y antes de escoger los colores de su paleta, sabía perfectamente en qué pigmento debía sumergir su pincel, su alma... En el de la pasión.
Hagas lo que hagas en la vida, triunfes o fracases, sea por divertimento o por oficio; hazlo con pasión. No importa si es bueno o malo, mediocre o sublime. El arte sin pasión es como besar a una piedra, carece de calor, de Alma...
Hagas lo que hagas en tu vida, hazlo con pasión.
Una perla es un insignificante grano de arena, no es importante, nadie le presta atención. Pero el tiempo, la constancia y la pasión hacen de él algo precioso, algo tan valioso que hasta los océanos le rinden pleitesía.
¡Todo sueño empieza por ser algo pequeño!
Mientras reflexionaba, Goya daba sus últimas pinceladas a una extraña obra pintada, como muchas otras, en las paredes de su apartado caserón, a orillas del río Manzanares, en la ribera de Aluche.
Las paredes de esta casa se llenaron de alucinantes escenas de supersticiones, brujerías y endemoniamientos. Allí esta Saturno devorando a sus hijos con una viveza que escalofría, allí el Gran Buco convocando a sus torvos feligreses y allí su última pintura, el gran Aquelarre fantasmagórico de caras hechas a trompicones, de esperpentos malignos... y presidiéndolo todo: El Macho Cabrío.
Desde que su sordera se adueñó de sus silencios, Goya se refugió de la Corte de Fernando VII en este apartado caserón, a las afueras de Madrid.
Se le conocía en la Villa como "La Quinta del Sordo".
Allí, en compañía de Leocadia, quien estaba a cargo de la casa, y el fiel Isidro, que le servía de intérprete y cuidaba de la huerta, fue donde tuvo lugar una extraña visita que cambiaría el transcurrir de los acontecimientos, y como no, el Mundo...
A las doce menos un minuto de la noche, bajo una espesa oscuridad, una sombra ágil y silenciosa llama a la puerta de La Quinta del Sordo:
- Buenas noches, deseo ver a Don Francisco de Goya, dígale que vengo de muy lejos y que me envía Volaverunt-.
Aquel hombre tenía un extraño acento extranjero y vestía de negro, todo de negro.
Doña Leocadia, sorprendida por lo inusual de la hora, invitó al extranjero a esperar a su señor en un pequeño sofá de cuero junto a la chimenea del salón de la parte baja de la casa.
Don Franciscosolía recibir innumerables visitas hace años pero últimamente, debido a su sordera, se había vuelto huidizo, taciturno.
-Francisco -escribió en una hoja- tienes una visita de un hombre con acento extranjero, pide unos minutos a solas contigo, trae una carta y dice venir en nombre de Volaverunt.
-¿Volaverunt? -exclamó Goya- dile que suba por favor.
¡Volaverunt!
¡Por fin había llegado la hora!
Ese era el nombre de uno de sus caprichos, grabados al aguafuerte hace unos años, y también era el nombre en clave que pondría en marcha el mecanismo....El visitante resultó ser alemán y le entregó una carta firmada por el también alemán y amigo Goethe -pensador y novelista creador entre otros títulos de la novela Fausto, y uno de los precursores de Darwin-.
En esa carta se le requería en el plazo de una semana en la francesa ciudad de Burdeos, allí le presentaría a una celebridad, que como él y tantos otros, formaban parte de la Sociedad... El sello de la carta llevaba ese extraño símbolo que ya vio la primera vez en casa de Goethe.Burdeos, 1 de junio. 1823
“Querido Francisco, el tiempo se nos agota, tanto tú como todos nosotros estamos más cerca de la muerte que de la vida, nuestra creciente ancianidad nos apremia en concluir nuestra obra. La Voz Dormida debe despertar, y para ello hoy te voy a presentar a alguien que vive iluminado porla luz del arte, a un ser que vive en las tinieblas del silencio, un ser que como tú, mi viejo amigo, es sordo...”
Resultó que aquel robusto hombre no era otro que aquel del que tanto se hablaba en la Corte de España, un músico excepcional, un compositor que sin oír una sola nota, las dotaba de magia, armonía, fuerza y elegancia. Él decía que cerraba los ojos y oía la música con toda claridad dentro de su cabeza. Era un ser único, su nombre era Ludwig Van Beethoven.
Convinieron, después de una larga noche de conversación -en los que los traductores se afanaban en hacer llegar a los dos hombres sordos todo cuanto allí se habló-, que lo mejor era encriptar el mensaje, a la espera de que un ser altamente sensible, una pureza humana incorrupta, lo hiciera suyo.
Goya ocultó el símbolo de la Sociedad secreta en su capricho Volaverunt, y Beethoven hizo lo mismo pero con la frase: "Missit me Dominus" (El Señor me ha enviado), ocultándolo en uno de los fragmentos de su Sinfonía en Re Menor Nº 9.La voz dormida no tardaría mucho tiempo en despertar...
Gaia, Gaia, Gaia
Libera me domine de morte aeterna
Volaverunt, Missit me Dominus

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