martes, 20 de septiembre de 2011

Culebra ciega

A veces me siento interpelado desde una dimensión más alta que las voces audibles. Alguien me llama, me obliga a dar explicaciones, me obstruye, me aconseja. Pero, ¿cómo sé yo que soy el interpelado y no otro? Tal vez se trata de mensajes no dirigidos a mí. ¿quién soy yo? No por el nombre sólo me conosco; otros se llaman o podrían llamarse como yo. Ni por las características del cuerpo o del alma; todas se encuentran ahí repartidas en porciones desiguales y no es un juego de cantidades mi esencia.
Tampoco me conosco por una forma permanente -genio y figura hasta la sepultura- todo eso es tan cambiante. Sólo el acostumbramiento a una manera de ser, reforzada por la mirada de los otros y el apego a un oficio, puede crear y mantener tal ilusión de identidad.
¿Quién soy yo? Recurro a la memoria. La consciencia de individualidad, el dolor de la separación, la convicción de ser alguien, esas tres cosas -tres en apariencia, pero una sola en el fondo- aparecieron en mí tardíamente como sentimiento angustioso de inseguridad. Pero no de inseguridad ante peligros como enfermedades, ladrones, fantasmas, moustros, ofensas, desprecios, miseria, esclavitud; sino de inseguridad en el conocimiento. Erré, creí saber y me equivoqué.

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