viernes, 14 de marzo de 2014

Culebra Ciega Pt: 2

Antes de eso mi vida fue tornátil, leve y vagaroza como las nubes nacaradas de ciertos amaneceres. Una placidez impersonal presidia todos los cambios; los estados de ánimo se interpenetraban fácilmente, se convertían los unos en los otros a través de incruentas transformaciones en un juego hecho matices de luz. Detrás de la apariencia no había nada; todo era superficie, brillo de sol, vano devaneo del color.

Después de eso mi vida fue doble, torpe, preñada de tormentas secretas, de enfoscadas renuencias, como esos nubarrones que el vendaval arrastra sin lograr forzarlos a declararse en temporal. Una consciencia desapegada presidía todos los actos; detrás de los compromisos había alguien que no se comprometía; dentro de las promesas y juramentos había reservas irreductibles. Todavía espero, desolado, que revienten centellas.

Antes de eso, casi que no era mi vida, sino la vida; mi vida, la que puedo llamar mía porque la siento, comenzó al aproximarse cierta edad. Se manifestó de manera paulatina. Casi imperceptible en un principio, arreció de golpe para gobernar en plenitud con un imperio esquivo, huidizo, sin símbolos ni ceremonias, pero omnipresente.

Me habían enseñado doctrinas sobre Dios, el origen del mundo, el sentido de la vida, la misión del hombre sobre la tierra, los derechos y los deberes, lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, la muerte y el más allá, los ideales, la patria, las virtudes, la felicidad. Yo las había aprendido ingenuamente como conocimientos, y resultó que no eran conocimientos sino creencias. Creencias cuya fuerza y valor dependían de que fueran creídas. Fuerza y valor no despreciables, pues eran fundamento y gobierno de la vida colectiva, de la conducta de comunidades pequeñas dentro de la gran sociedad y del comportamiento individual.

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